Sunday, March 18, 2018

Contención / Contender

Contención / Contender

Cuanto más lidiamos con los demás, más cautivados estamos por el espíritu de la contención. Nos unimos al espíritu que nos sometemos a seguir. Aquellos propensos a la contención se vuelven más contenciosos cuando escuchan ese espíritu. Eventualmente son vencidos por ese espíritu y es un duro trabajo que implica un gran esfuerzo sujetar y descartar ese espíritu del corazón y de la mente de la víctima. Hay muchos que se disputan la inspiración que otros han recibido. Existen dos preocupaciones con respecto a la decisión que toma una buena persona al disputar con los demás: En primer lugar, el ejemplo del Señor es abstenerse de disputar, como Él hizo. Cuando le confrontaba, Él respondería, pero Él no buscaba una pelea con los demás. Él respondía. La única excepción fue cuando Él fue hasta Jerusalén para ser inmolado, muerto. Entonces acudió a la sede del poder y la autoridad Judía para derribarlo y provocar su decisión de juzgarlo, rechazarlo y crucificarlo finalmente. Él, y no ellos, controló ese momento. Su provocación en ese momento fue un acto deliberado por Su parte porque Su “momento había llegado” y Su sacrificio tenía que realizarse. En segundo lugar, están las enseñanzas del Señor. Nos hemos centrado una y otra vez en la Doctrina de Cristo. Tenemos la Doctrina de Cristo en numerosos sitios web, consagrada en numerosas charlas, y como un tema que ha sido adoptado en conferencias. Justo antes de la Doctrina de Cristo, Él le dice cuál no es Su doctrina. Esto es lo que dice Cristo inmediatamente antes de Su doctrina: Tampoco habrá disputas entre vosotros en relación con los puntos de mi doctrina, como ha habido hasta ahora. Porque en verdad, en verdad os digo, el que tiene el espíritu de contención no es mío, sino del diablo, que es el padre de la contención, y él irrita los corazones de los hombres para que contiendan con ira, unos con otros. He aquí, esta no es mi doctrina, irritar los corazones de los hombres con ira, unos contra otros; sino que esta es mi doctrina, que se acaben tales cosas. Y entonces Él procede a declarar Su doctrina de Cristo. Cuanto más contendamos y disputamos unos con otros, mejores nos volvemos en la contención. Pulimos las habilidades retóricas para enfrentarnos a los demás. Ese espíritu de contienda puede tomar posesión de nosotros y cuando lo hace, nos cuesta trabajo ser pacificadores con los demás. Cristo dijo: Bienaventurados son los misericordiosos; porque ellos alcanzarán misericordia. Bienaventurados son los puros de corazón; porque ellos verán a Dios. Bienaventurados son los pacificadores; porque ellos serán llamados hijos de Dios. Pero la paz no debe hacerse a costa de la verdad.  La verdad debe ser la única meta. La verdad, sin embargo, pertenece a Dios. Nuestros deseos, apetitos y pasiones son propensos a hacer que nos perdamos mucho más allá de los límites establecidos por Dios. Por lo tanto, cuando nuestro orgullo se satisface, debemos preguntarnos si estamos avanzando la verdad. Cuando se cumple nuestra ambición, debemos preguntarnos si nos dedicamos al trabajo del Señor o al nuestro. Cuando insistimos en tener el control, debemos preguntarnos si somos como nuestro Señor o por el contrario, como Su adversario. Cuando usamos cualquier medio para obligar a otros, debemos preguntarnos si nos burlamos del Dios que hace que el sol brille y la lluvia caiga sobre todos Sus hijos caídos sin compulsión. Cuando mostramos un dominio injusto, debemos preguntarnos si somos dignos de algún dominio. Nuestras herramientas deben limitarse a la persuasión, amabilidad, docilidad, amor sincero, conocimiento puro, todas ellas organizadas “sin medios de compulsión” para persuadir a otros para que acepten la verdad. Y si no conseguimos persuadir, entonces el problema no son los demás, el problema es que todavía tenemos que descubrir cómo ser suficientemente inteligente para hacer que se unan.

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